sábado, 15 de agosto de 2009

SOCIEDAD AMENAZA PARA EL TRANSITO
TRACCION A SANGRE: UN PELIGROSO ANACRONISMO QUE AUN SIGUE VIGENTE
LA POSIBILIDAD DE MORIR EN UN ACCIDENTE DE TRÁNSITO POR ATROPELLAR A UN CARRO ARRASTRADO POR UN CABALLO es algo que todavía puede ocurrir a cuadras de uno de los shoppings más modernos de la Ciudad. Al problema se suman los cartoneros, que generan el mismo riesgo. Para la policía y el Gobierno porteño están prohibidos. Pero aún están.
Por Nestor Ruben Benchaya



¿Siglo XXI? Nadie tiene idea de cuántos son los carros a caballo que circulan por la Ciudad.
Es muy probable que a algún visitante desprevenido le resulte pintoresco ver, en la esquina de Corrientes y Jean Jaurès, un carro desvencijado cargado con chapas, maderas y cartones arrastrado a duras penas por un caballo montado por un linyera.

Pero para los porteños esta postal no sólo no es pintoresca, sino que es un peligroso anacronismo, impensado para una ciudad que, por otra parte, espera tranvías de última generación, ciclovías y calles soterradas.

Lo cierto es que hoy en Buenos Aires, cualquier automovilista puede sufrir un grave accidente por chocar con un carro arrastrado por un caballo. Y no acaba aquí el concepto de “tracción a sangre”. Las imágenes que abren esta nota muestran a un personaje que ya forma parte del paisaje de una ciudad que quiere ser del siglo XXI, pero permite morirse al mejor estilo del 1900: los cartoneros arrastran sus carros sin ningún tipo de control, poco importa si lo hacen por la izquierda o por derecha, si la carga está bien estibada o no... y si sobre los carros movidos por caballos hasta podría parecer lógico pensar que no hay un censo oficial o algo que se le parezca, sobre los cartoneros que arrastran sus carros y casi siempre están al borde del accidente, tampoco hay una cifra exacta, aunque aquí los datos son más numerosos.

Prohibido, pero pasa. Al ser consultado por PERFIL sobre la tracción a sangre en la Ciudad, funcionarios cercanos al ministro de Justicia y Seguridad, Guillermo Montenegro, explicaron que “no tenemos poder de policía para sacar de funcionamiento los carros; igual se ven cada vez menos”. Sin dar más precisiones, reconocen que circular por la ciudad en un vehículo “motorizado” por un ser vivo está absolutamente prohibido.

La Policía Federal, por su parte, coincide con el gobierno de Macri en que la circulación de carros tirados por caballos está prohibida (salvo, claro está, la actividad turística de los mateos de Plaza Italia). Y tampoco, dicen, llevan un registro de los carros secuestrados y mucho menos una estimación siquiera aproximada de su número.

En lo que respecta a los cartoneros, se estima que en total la actividad involucra alrededor de 5 mil personas (entre los que se calcula que el 23% son niños). A partir de esta cifra sólo resta hacer proyecciones: sacando al 23% de los menores, que el sentido común indica no deberían arrastrar un carro; quedan aproximadamente 3.800 jóvenes y adultos de ambos sexos en condición de recorrer la Ciudad con sus carros.

Pedirles que lleven luces traseras o, al menos, un “ojo de gato” como el de los ciclistas es casi utópico. Y, para variar, no hay datos oficiales acerca de cuántos accidentes viales han protagonizado.

Cuatro patas. Lejos de tener datos acerca de cantidad y distribución de los carros movidos por caballos, ciertas zonas de la Ciudad, en los barrios de Abasto, Lugano, Boedo y Villa Urquiza es común escuchar el ruido de los cascos sobre el pavimento, especialmente después de las 23. Policías de la Federal y de Provincia coinciden en que los carros que son “intimados” a cesar su recorrido, lo único que hacen es cruzar la General Paz y mudar su trabajo al primer cordón del Conurbano.

A quien esto escribe sólo queda la anécdota de un breve y casual diálogo con Miguel, quien montado en una cansada “Roxana”, una yegua a la que se le pueden claramente contar las costillas: “de los autos creo que me gritan cosas, pero ya no escucho bien; hace cuarenta años que hago esto, soy solo... bah, están los caballos, esta es nuevita, la tengo hace seis años...” casi murmuró Miguel, antes de seguir su rumbo por Jean Jaurès, alejándose de esa avenida Corrientes, la del siglo XXI.

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